sábado, 28 de octubre de 2023

¡No creáis lo que veis! (Palestina, Israel y la perversión del lenguaje)



 

Hay algo de ejercicio de prestidigitación en lo que Israel y sus socios pretenden hacernos creer sobre lo que están haciendo con la población palestina de la Franja de Gaza. Todos lo estamos viendo, pero padecemos una gravísima anomalía óptica que produce alucinaciones de genocidio donde solo hay una proporcionada y ejemplar intervención antiterrorista.

¡Es todo un efecto óptico!, parecen exclamar. Me recuerda a una frase muy rajoniana que pronunció Donald Trump ante un grupo de veteranos de guerra: “Lo que estáis viendo y lo que estáis leyendo no es lo que está pasando”. El propio Mariano Rajoy se hizo un esguince argumentativo cuando aseguró que “no es cierto” lo que se denunciaba sobre la corrupción en su partido y puntualizó inmediatamente que, no lo era, “salvo alguna cosa, que es la que han publicado los medios de comunicación”. 

Tiro de humor porque lo que hay por debajo de él es tan espantoso que solo me salen exabruptos y lágrimas. Tiro de humor porque, si no nos aferramos a él y a las gotas de belleza que caen sobre un mar de fango, nos quedaríamos en la cama por no encontrarle sentido al día a día. Tiro de humor porque tengo la suerte de no ser palestino, de que mi vida se considere más valiosa y digna que la de un hombre de cuarenta y cuatro años con piernas, pies, brazos, cabeza y corazón nacido palestino. 

Tengo suerte, pero la suerte de ser un europeo blanco de cuarenta y cuatro años con piernas, pies, brazos, cabeza y corazón nacido en territorio europeo me obliga a no desentenderme de quienes no tienen tanta, de aquellos cuya (mala) suerte depende en gran medida de las decisiones que toman quienes me representan en las instituciones democráticas. Las votamos nosotros, de ahí el peso que tiene cada papeleta que introducimos (o no) en las urnas. El papel del voto es ligero, pero algunas papeletas se transforman en muerte y escombros cuando ejercemos nuestro derecho. Las urnas también contienen restos humanos. 

Lo que pasa en Gaza, lo que sufren Palestina y los palestinos desde hace décadas, es también responsabilidad nuestra. Sudáfrica cesó el apartheid cuando la comunidad internacional (o sea, Estados Unidos y Europa) dijo basta, Mandela dejó de ser considerado un terrorista y el boicot un éxito. Con Palestina, la comunidad internacional (o sea, Estados Unidos y Europa) jamás ha dicho basta, la resistencia es terrorismo y el boicot, antisemitismo. Eso sí, como si de un milagro de dimensiones bíblicas se tratara, sus diplomáticos suelen admitir y denunciar lo que hay una vez ya están fuera del cargo. Ven tras mostrarse ciegos. Hablan tras callar (y mentir). 

He estado en Palestina e Israel en tres ocasiones. No necesito que nadie me lo explique. Lo he visto. Los palestinos viven en un régimen de apartheid, sometidos a humillaciones cotidianas, se les niega su condición humana, su pasado, presente y futuro. Hoy en Gaza lo que todavía no se les niega es el acceso al oxígeno, el único elemento esencial para la vida que Israel no ha logrado controlar. Todo lo demás, las trampas dialécticas sobre condenas selectivas, las muletillas sobre los derechos absolutos de unos, condicionales para otros, no me interesan. No perderé ni un segundo en retóricas perversas, tampoco en la defensa de los dos estados. Quienes la continúan esgrimiendo saben que la colonización los hizo imposibles hace ya tiempo. 

La paz sin justicia es tan solo un estado de violencia soterrada. Es el statu quo que ha permitido la expansión de las colonias israelíes, la asfixia cotidiana de los palestinos y la sensación de seguridad que la población judía de Israel ha disfrutado tantos años con los ojos cerrados. No lo digo yo, lo dice el maestro Daniel Baremboim en un reciente artículo en El País: “Los israelíes tendrán seguridad cuando los palestinos puedan sentir esperanza, es decir, justicia". Y añade: "Los israelíes también deben aceptar que la ocupación de Palestina es incompatible con esto". ¿Podemos empezar ya a llamar a las cosas por su nombre? Más de 7.000 palestinos masacrados en tres semanas merecen, al menos, el respeto semántico. 

Carlos Pérez Cruz 

Ilustración: Mazen Kerbag (www.instagram.com/mazenkerbaj)

jueves, 26 de abril de 2018

¿Qué pasó con el asesino de Nadeem? (o de cómo la justicia remata las "investigaciones" que abre Israel)

Nadeem Nowarah

Sé que esto quizá os sorprenda pero no, los palestinos no nacieron para caer abatidos, para ser bombardeados, para recibir un disparo por la espalda, para ser expulsados de sus casas, para que se las derriben, para llorar en funerales, para que se les humille a diario en un checkpoint, para ser encarcelados en su infancia... Sí, ya sé que es así como les vemos cuando asoman en las noticias: llorando por sus muertos, protestando furibundos, arrojando piedras, algún cóctel molotov... Pero, aunque os pueda resultar insólito, también viven, celebran, matan el tiempo, trabajan, se casan, ven fútbol... 

Digo todo esto porque llega un momento en el que el lento genocidio palestino se ha normalizado en nuestras vidas como la salida del sol cada mañana. Quizá el primer ser humano que vio amanecer flipó con ello, pero ya nadie se sorprende por la primera luz del día, tampoco por el asesinato de otro palestino. Uno puede admirar el color del cielo en esos primeros minutos de la mañana y estremecerse por la belleza; uno puede ver en vídeo la ejecución a sangre fría de un palestino y encabronarse por la injusticia. En ambos casos sabe que volverá a salir el sol y que un palestino más será abatido en próximos días. Forma parte de lo cotidiano, de la rutina. Un amanecer más (o menos), un palestino más (o menos). 

Los contadores están muy bien. En el caso de los muertos (y de los tullidos) palestinos nos sirven para cuantificar la magnitud de la tragedia. Pero cuando leo el número de muertos y heridos (muchos de ellos con amputaciones) que llegan de la enésima masacre (en marcha) causada por Israel en Gaza, termino con la sensación de que la cuantificación termina por diluir el valor de la vida humana. Es un tópico, pero es real: detrás de los números había personas que vivían y ya no; que vivían con todas sus extremidades y ya no; que amaban y ya no podrán amar ni ser amados; que jugaban y ya no podrán hacerlo, o no en las mismas condiciones; que pedían respirar y fueron gaseados. 

Nadeem Nowarah se convirtió un día en uno de esos números. Tenía padres y hermanos, amigas y amigos, le gustaba el baloncesto, llevaba gorra y se hacía fotos con su móvil. Era un adolescente cuando el 15 de mayo de 2014 recibió un disparo mortal desde posiciones israelíes en territorio palestino ocupado. El 15 de mayo es el día de la Nakba, el día que señala la gran catástrofe del 48 cuando un naciente Israel asesinó a miles de palestinos, los expulsó de sus pueblos y destruyó muchos de ellos. El comienzo del lento genocidio, la base para la ocupación de Palestina. Nadeem fue hace cuatro años a una de las protestas habituales, tiró unas piedras y recibió una bala. 

Las cámaras registraron su ejecución. Lo que en otros países hubiera servido de prueba clave e incontrovertible para demostrar la premeditación en el asesinato, en Israel ha servido para que el autor del disparo, Ben Dery, policía de fronteras (¿?), reciba una sanción económica y sea sentenciado a nueve meses de cárcel "por negligencia". El juez describió a Dery como "un excelente oficial de policía" al que "valoran los que le conocen". 

En unas semanas se cumplirán cuatro años del asesinato de Nadeem. Tenía 17 años. Semanas después del asesinato, su padre, Siam, me pedía por teléfono que le ayudara a encontrar a un experto en balística. Era el ruego de un padre despesperado en busca de justicia. “Estoy muy triste. Era un niño inocente, un chaval estupendo que sonreía todo el tiempo. Lo quería mucho”, me dijo. En estos cuatro años que han transcurrido, he ido recibiendo algunos correos del padre en los que informaba del proceso, de su indignación y desesperación. Ayer se conoció la sentencia. Creo que se califica por sí misma. 

Hay miles de Nadeem en la historia de la gran tragedia palestina. El suyo es un caso que simplemente he seguido, como podría haber seguido miles de otros. La vorágine de nuestras vidas hace que pronto olvidemos lo que un día nos indignó, pero es importante volver y retomar el hilo de la historia. Porque en Palestina la tragedia no acaba con la muerte de un ser querido, se multiplica con la humillación que infringe el sistema judicial israelí (es decir, Israel). Nueve meses de prisión para un "excelente oficial" que asesinó a Nadeem, un chaval de 17 años que no suponía ningún riesgo para la vida de Ben Dery. Una de las condenas más severas que ha impuesto Israel después de una de sus clásicas "investigaciones". 

Carlos Pérez Cruz 

Nota: 9 meses a Ben Dery por asesinar a un palestino. 8 meses a Ahed Tamimi por abofetear a unos soldados israelíes en territorio palestino. Tamimi, como Nadeem el día de su muerte, tiene 17 años.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Tamimi y la suspensión de la realidad


Imagine que un día abre la puerta de su casa y se encuentra dentro a un ladrón. Vaya susto, ¿no? Más terrorífico todavía: añada que esa persona está armada. Lo más probable es que eche usted a correr en dirección contraria, anteponiendo su seguridad a la improbable defensa de sus propiedades. Pongamos por caso, sin embargo, que, por la ira que le despierta ver su espacio íntimo invadido y sus pertenencias en riesgo, se abalanza sobre el ladrón y le grita que se vaya, mientras lo empuja y abofetea con indignación. El ladrón, evaluando sus opciones, decide retirarse del lugar en vez de pasar a la acción con su arma. Mejor evitar males mayores. Además, una vecina lo está grabando todo con su móvil. El ladrón se va entre improperios y su vecina comparte el insólito vídeo en sus redes sociales.

Imagine ahora que pasadas unas horas desde el susto, con un reconfortante sentimiento de orgullo, se retira a dormir. Le cuesta conciliar el sueño. Es normal. Al recordar lo vivido le recorre el cuerpo un sudor frío: el ladrón podría haberme disparado, ¡podría haber muerto! Entrada ya la madrugada, por fin se duerme; y es todavía de madrugada cuando un estruendo interrumpe el sueño. ¿¡Qué es ese ruido!? Parecen objetos que caen al suelo y estallan en mil pedazos. Sin tiempo de levantarse de la cama ni de imaginar que aquello es un mal sueño, fruto de la pesadilla del robo, militares armados entran en su dormitorio y le detienen. El vídeo de su vecina se ha hecho viral y ha encendido una gran polémica en la red. ¿Cómo es posible que se permita semejante afrenta? Miles de personas piden que se le ajusticie por no haber huido, por golpear y blasfemar al ladrón. Su acto ha subvertido el orden natural de las cosas. A un ladrón armado hay que temerlo, no se le enfrenta. Incluso hay un ministro que pide para usted cadena perpetua.

De acuerdo, lo reconozco, el relato resulta absurdo, no tiene ni pies ni cabeza. No sólo es improbable sino inverosímil. Quizá la parte de la reacción ante el ladrón pueda tener un pase, aunque sea dentro de una tonta película sobre una banda de atracadores algo torpes con los que uno puede simpatizar desde el sillón. Pero lo de la policía deteniendo a la persona que sufre el intento de robo... Lo de la sociedad pidiendo que la metan en el trullo por humillación al ladrón... Lo del ministro pidiendo cadena perpetua...

Soy sincero si le digo que cada uno de mis intentos de escribir un relato de ficción se ha dado siempre de bruces contra el mismo muro: la falta de imaginación. Mi narrativa se termina pareciendo demasiado a un texto periodístico o, aún peor, a la descripción quirúrgica de una secuencia de acontecimientos; la creación de situaciones fantásticas e inverosímiles se enfrenta sin opciones a mi cuadriculado cerebro racionalista. Y el éxito de la fantasía se basa en la suspensión de la realidad, es un pacto entre la imaginación del relator y la aceptación de sus reglas por parte del lector. Yo no se lo puedo ofrecer.

Se dice que en ocasiones la realidad supera a la ficción. Y habrán de creerme si les digo que lo que les he narrado ha sucedido; que lo que les ofrezco es, aunque torpe, una descripción aproximada de lo que ha pasado. Ha sido en Palestina, tierra de hermosos cuentos, como el de esos reyes magos que fueron a adorar al niño Jesús; también de terribles y cotidianos relatos de cruenta realidad. Muy cerca de Belén, una cría palestina de 16 años ha sido detenida y llevada ante la corte militar israelí por echar a patadas de su casa al ladrón, por abofetear de forma airada al intruso, al ocupante. El vídeo se hizo viral y muchos israelíes se indignaron ante lo que consideran una humillación. Fue detenida de madrugada. Se llama Ahed Tamimi. Será juzgada por un tribunal militar. El ministro israelí de educación (sic) le ha deseado una vida en prisión.

Ahed Tamimi podría ser una más de los 500 a 700 menores palestinos, de entre 12 y 17 años, que son encarcelados cada año por Israel. Lo sé, resulta increíble, ¡si son niños! Sí, pero ya hace tiempo que el mundo firmó con Israel un pacto de suspensión de la realidad para hacer verosímil la ficción de “la única democracia en Oriente Medio”, del “ejército más moral del mundo”. ¡Vaya cuento!

Carlos Pérez Cruz

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Jerusalén


Era la segunda ocasión en que visitaba aquel mirador. La primera vez, un año antes, pensé que aquella vista servía simplemente para relajarse con la belleza del paisaje dentro de un viaje lleno de historias demoledoras. Un respiro entre relato y relato de palestinos machacados por la ocupación israelí. La ciudad vieja de Jerusalén se extendía ante nuestros ojos. La luz tenue del atardecer daba profundidad a sus formas y la llamada de los muecines generaba en la distancia una hermosa cacofonía de quejíos de fe. La vista y los oídos no daban a basto ante tanta belleza. En cierto modo, cegaron mi comprensión.

Hay que acudir siempre a los que saben, a los que son capaces de leer la partitura del terreno y descifrar las disonancias del paisaje. Aquel mirador seguía siendo un espacio privilegiado para admirar con perspectiva una ciudad mitológica y habitada por seres inconcebibles para mi lógica racionalista. Jerusalén es una locura. Caminar por la ciudad vieja es pura psicodelia: el olor de sus estrechas callejuelas y la alucinación de visualizar las más extrañas criaturas que las pasean generan la sensación de estar orbitando, más que de caminar. Jerusalén es un estado febril, una ciudad entre la realidad y la ficción, atrapada en su propio espacio-tiempo. Pero Jerusalén existe. Y bajo el sol de mediodía que la ajusticiaba en aquella segunda vez en el mirador, la ciudad mostraba las costuras de su realidad. La periodista Carmen Rengel me ayudó a leerlas.

Quien no ha estado nunca allí habrá oído hablar de Este y Oeste, de la Jerusalén palestina y de la Jerusalén israelí. No existe tal cosa. O dicho de otra forma: existe, pero no hay un cartel o un muro como el de Berlín que las separe, aunque sí hay barrios de Jerusalén oriental a los que el muro usurpador de Israel les ha cortado el hilo umbilical con el corazón de la ciudad. De lejos, desde aquel mirador, Jerusalén es una, pero las palabras de Carmen me ayudaron a ver que al menos hay dos: la privilegiada y la humillada; la israelí y la palestina. Sólo había que mirar de Oeste a Este para darse cuenta cómo la impoluta uniformidad de un lado contrastaba con el abandono polvoriento del otro. La ciudad tiene dos realidades, pero la gobierna sólo una, y contra la otra. Hasta los colores de los depósitos de agua en los tejados tienen un color diferente. Los de los palestinos son negros. Palestinians are the new black.

Sobre las murallas de la ciudad vieja de Jerusalén se proyectaban hoy las banderas de Israel y Estados Unidos. Celebraban el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por parte del presidente estadounidense Donald Trump. Dentro de ellas vive una mayoría palestina. El muro cada vez más estrecho en el que se ahogan las vidas palestinas, sellado por Israel y Estados Unidos (con la inestimable silicona de Europa y los países árabes). Fuera complejos y caretas. Se acabaron los bellos discursos de Obama, desmentidos por sus actos, y llegó la tormenta verbal de Trump, acompasada por los hechos. Trump ha dinamitado décadas de cinismo. La suya es otra categoría, aunque se parezca a la anterior. Los palestinos, sepultados por un vómito de ignorancia, racismo, inmoralidad, decadencia y negocios. Intifada del asco.

Carlos Pérez Cruz

sábado, 22 de octubre de 2016

Quique Kierszenbaum ("Postales de la Tierra Santa") || Todos los caminos están cerrados (Capítulo 26)

Quique Kierszenbaum (Foto: Peter Beaumont)

Conversación con Quique Kierszenbaum (Montevideo 1967), fotógrafo documentalista, periodista y videógrafo radicado en Jerusalén, desde donde ha cubierto la situación de israelíes y palestinos para medios como 'The Guardian', 'Washington Post' y 'TNU Noticias', entre otros. Publica Postales de la Tierra Santa, recopilación de 42 fotografías y textos que abarcan el periodo 2000-2010.




Vallado de separación, Qalandia. 30 de junio, 2003. Foto: Quique Kierszenbaum
Un soldado israelí retira una bandera en el pueblo de Bilin, Cisjordania. 12 de mayo, 2006. Foto: Quique Kierszenbaum
En el cementerio de Tzur Shalom, Colette Kisus abraza el cuerpo sin vida de su hija Revital, quien fuera asesinada junto a sus dos hijos, Matan y Noam, por un militante palestino en el kibutz Metzer. 12 de noviembre, 2002. Foto: Quique Kierszenbaum
Maryia Aman, camino a la Corte Suprema de Justicia en Jerusalén. 8 de julio, 2008. Foto: Quique Kierszenbaum

jueves, 29 de septiembre de 2016

Mujer y Palestina, entrevista con Ana Alba (periodista) e Isabel Miguel (UNRWA) || Todos los caminos están cerrados (Capítulo 25)

Ana Alba e Isabel Miguel

Conversación con Ana Alba (periodista, corresponsal en Jerusalén de 'El Periódico de Catalunya') y con Isabel Miguel (coordinadora de educación para el desarrollo de UNRWA, comité español) con motivo de la publicación de Genealogía feminista palestina: historias de mujeres desde la diversidad, revista que recoge la historia de los movimientos de mujeres en Palestina y diversos testimonios de mujeres recopilados por tres periodistas españolas. Hablamos de la situación de la mujer en Palestina.

miércoles, 6 de abril de 2016

Machsom Watch, el quintacolumnismo de la izquierda israelí

Colonias israelíes en Cisjordania, durante una reciente visita organizada por Machsom Watch

Era prácticamente el final de la visita, una aproximación de horas a algunos puntos de la ocupación israelí de Palestina, y su pregunta vino a ser una precisa y concisa traducción de aquello que se nos había explicado durante la jornada. Cuando la formuló, no entendí nada. O lo entendí todo. Lo poco que queda de la izquierda israelí, de los movimientos que dicen oponerse a la ocupación, no vive precisamente su momento más luminoso. Sometidos a la caza de brujas del gobierno de Netanyahu, estos "traidores" a Israel, críticos y opuestos a la ocupación, parecen jugar en realidad un quintacolumnismo legitimador de la misma. O si no tanto, sí un rol que favorece el statu quo, la política de hechos consumados que, desde hace décadas, supone la conquista a diario de otro palmo de tierra palestina para el sueño sionista del Gran Israel. Un papel que, en cierto modo, también juegan, a pesar del fin que las mueve, las voluntariosas (y subvencionadas) oenegés de apoyo al pueblo palestino.

Conviene valorar en su justa medida el mérito y la valentía de organizaciones como 'Breaking the Silence' y 'B'Tselem', cuya recopilación de testimonios y descripción de atrocidades del ejército israelí en terreno palestino resultan de un valor incalculable, material para la denuncia y, sobre todo, visto el resultado práctico de sus acciones, para el archivo de la futura revisión por parte de los historiadores de una época negra para los derechos humanos en esta región del mundo. Sometidos a la amenaza gubernamental, al desprecio de una parte mayoritaria de la sociedad israelí, viven en un territorio éticamente hostil. Fe de ello da la reciente encuesta que mostraba que un 57% de los israelíes rechaza el arresto de Elor Azaryah, miembro del cuerpo médico del ejército israelí que, irónicamente, hace unos días aplicó eutanasia, disparó y ejecutó a sangre fría, de un tiro en la cabeza, a un palestino que yacía malherido en el suelo en Hebrón, después de que éste supuestamente hubiera intentado atacar a un soldado con un cuchillo. Un 42% consideró la ejecución una conducta "responsable". El explícito video del asesinato lo distribuyó 'B'tselem' a partir de la grabación que les facilitó un palestino de Hebrón, cuya vida ha sido amenazada por los agresivos colonos judíos que ocupan el corazón de esta ciudad palestina.


Tanto periodistas como activistas tendemos a acudir al testimonio de los miembros de estas organizaciones, cuyos nombres se repiten una y otra vez en crónicas y entrevistas. Son cuatro gatos y, lamentablemente, no representan ni de lejos a la mayoría social de Israel. Son marginales, pero su opinión prevalece. Hay una tendencia a confiar a este israelí del "campo de la paz" (¿?) el testimonio sobre la vida de los palestinos. Si alguien conoce de verdad la vida de un palestino es, claro, un palestino. Parece excitarnos más el judío israelí "converso" que el palestino puteado. Y con esa luz sobre los "conversos", iluminamos tanto nuestra ansiedad por un cambio de rumbo de Israel como proporcionamos un retrato democrático del país alejado de la unanimidad casi norcoreana sobre la que se asienta la consolidación de una ocupación ilegal, racista y violenta.

Palestinos esperan su turno en el checkpoint de Qalandia, el domingo 3 de abril de 2016

Otra de esas organizaciones que admiramos es 'Machsom Watch', colectivo de mujeres israelíes que, groso modo, dedica parte de su tiempo a vigilar el comportamiento de los soldados israelíes en algunos de los cientos de checkpoints con los que Israel eterniza o impide la circulación de los palestinos dentro de su propio territorio. En un reciente tour para periodistas y diplomáticos, Daniela, miembro de esta organización no jerárquica, señaló que "nos preocupamos por los soldados tanto como lo hacemos por los palestinos. Son nuestros hijos y nietos". Una declaración de intenciones que choca con su posterior observación de que la mayoría de israelíes desconoce lo que esos hijos y nietos hacen en su nombre, de que los pocos israelíes que les acompañan en sus tours se asombran. Resulta difícil de creer en un país de tan sólo ocho millones de habitantes de los que, aparte del 20% de palestinos del 48 (aquellos que residen dentro de las fronteras del Estado de Israel) y de los ultraortodoxos, que empiezan paulatinamente a acceder al ejército, todos los judíos, hombres y mujeres, realizan el servicio militar. Además, claro, de que existe internet. Como señaló en una entrevista el periodista Enric González, "los israelíes no quieren saber, y no querer saber propicia cosas horribles". La sola mención a la posibilidad de acogerse a una insumisión militar inquietó a Daniela: "¡Irían a la cárcel!". Van, de hecho van, se llaman refusenik. Pero también Rosa Parks se sentó un día en un autobús y cambió el rumbo de los acontecimientos. Los cambios no llegan echando suavizante a la humillación, sino atacándola de raíz.

Palestinos esperan el permiso de militares israelíes para acceder a sus terrenos agrícolas, el pasado 29 de marzo de 2016

La visita a Cisjordania organizada por las 'Machsom Watch' incluyó tres encuentros personales, el paso por un checkpoint, la visita a una aldea palestina afectada por una colonia próxima y la experiencia de visitar un paso militar para agricultores palestinos (éste se abría tres veces al día, una vez por semana; los hay incluso de una vez al año...) cuyas tierras ha dejado el muro en el lado usurpado por Israel. Muro que, declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004, está construido en un 80% en terreno cisjordano, obviando la Línea Verde que, desde el final de la Guerra de los Seis Días de 1967, establece las fronteras de Israel reconocidas por la comunidad internacional. Un muro que se construye con fines teóricamente de seguridad a partir de los atentados suicidas de la Segunda Intifada y que, en realidad, es una serpiente de cemento que va encerrando a los palestinos en pequeños enclaves cada día más desconectados entre sí, amén de que va sumando terrenos a las colonias judías. Que, como señaló Daniela, todavía quede casi un 40% de muro por construir no parece argumento para los convencidos de que el muro evita atentados palestinos en Israel. Por lo visto, los terroristas ignoran que exista ese hueco abierto todavía hoy o son demasiado vagos para desplazarse hasta él.


El tour, de apenas unas horas, resultó tan confuso en sus explicaciones que la propia intención fundacional de 'Machsom Watch' de solicitar el final de la ocupación quedaba en entredicho por la asunción de la existencia de colonias "legales"..., de acuerdo, según Daniela, con la legislación israelí. "Sólo los outposts son ilegales", dijo en referencia a los asentamientos embrionarios dentro de Cisjordania, aquellos que comienzan con el aparcamiento de una caravana y, ¡curioso concepto de ilegalidad!, con el suministro de agua, luz y defensa a los colonos por parte de las tropas israelíes en suelo cisjordano. Así Daniela hablaba de "lado israelí" en nuestra visita a un segundo paso de agricultores, éste entre el pueblo palestino de Masha y la colonia de Etz Efravim. Si es israelí, ¿cómo es posible que las tierras de los agricultores palestinos estén allí?

Colonia israelí en el interior de Cisjordania. La flecha señala las casetas provisionales con las que se amplía el asentamiento.

Con tanta confusión terminológica y conceptual no es difícil de entender la pregunta que hizo uno de esas escasos ciudadanos israelíes que se suman a los tours de 'Machson Watch', en este caso una mujer joven en avanzado estado de embarazo que, después de escuchar el testimonio de un beduino residente en una paupérrima aldea próxima al asentamiento de Alfei Menashe, acertó a preguntarle: "¿Cuál es el grado de solidaridad entre la gente de la colonia y el pueblo beduino?". Se refería a la solidaridad mutua entre ambas comunidades ante el derribo de viviendas por parte del ejército, del que palestinos y beduinos son expertos sufridores y los colonos tan ajenos como esta mujer a la realidad. El muro que "defiende" Alfei Menashe, perfectamente visible desde el terreno de nuestro anfitrión beduino, no parecía decirle nada. Fue el colofón a una visita llena de buenas intenciones y preludiada por una sorprendente advertencia de Daniela: de política no se habla. Tan buenas son sus intenciones que convierten la ocupación de Palestina en un problema de modales y trato al ocupado. Se habla de los síntomas de la enfermedad, no de los porqués del enfermo. Se aplican paliativos mientras se ignora el origen de la infección. No querer saber propicia cosas horribles, decía Enric González. Tantas como pretender saber pero no querer entender.

Carlos Pérez Cruz